Días antes de nuestra aventura estábamos incrédulas con la noticia (habíamos ganado el concurso), hasta que no pusimos un pie en Francia no nos lo creímos. Nuestro viaje empezó el día 23 de septiembre cuando tuvimos que madrugar ya que nuestro vuelo salía de Madrid con destino París a las 6 de la mañana. Apenas pudimos dormir entre el nerviosismo y la excitación. El vuelo fue puntual, en hora y media llegamos a CDG. Recogimos el coche de alquiler y como era algo tarde partimos directamente hacia Blois, nuestro primer destino.
Nuevo reinado en el castillo real de Blois |
Visitamos el fabuloso castillo real de Blois, que fue residencia de siete reyes y diez reinas, y dónde Juana de Arco fue bendecida por el arzobispo. Nos gustó mucho, sobretodo el interior, en especial el dormitorio del rey y el museo de las bellas artes que alberga obras de pinturas fascinantes, tapicería francesa y flamenca.
Sin duda lo mejor llegaría al ponerse el sol. Por la noche, hay un espectáculo de luz y sonido que vale la pena verlo.
Al acabar nuestra primera visita, nos dirigimos a Onzain, dónde pernoctaríamos las dos primeras noches. El hotel era bonito y cómodo, todo un remanso de tranquilidad y silencio, por lo que entre el cansancio y el buen ambiente, conciliamos el sueño enseguida.
DÍA 2: CHAMBORD Y CHEVERNY
El segundo día, madrugamos y después de desayunar un amplio ágape compuesto por croissants, zumo y café, llegamos a Chambord.
El grupo al completo delante del castillo de Chambord |
Castillo de Cheverny © Atout France / CRT Centre - Val de Loire / Y. Wemaëre |
En poco tiempo nos plantamos en el castillo de Cheverny, aquí las cuatro estamos de acuerdo en que fue el que más nos gustó, por todo lo que ofrece al público. Si su vista es fascinante, su interior lo es más aún. Cada sala está decorada con todo detalle y sumo tacto. Nos impresionó la habitación de los niños con sus caballitos de madera, su moisés… La exposición de Moulinsart es muy original, lo pasamos pipa como crías. Bien tarde, nos recogimos en el hotel para recargar pilas.
DÍA 3: AMBOISE Y CHENONCEAU
En el castillo real de Amboise |
El castillo de Chenonceau, el castillo de las damas. |
Esto nos ocupó toda la mañana por lo que después de comer marchamos al castillo de Chenonceau, el castillo de las damas.
Empezamos visitando el museo de cera, ya que nos llamaba la atención. A pesar de ser pequeño, nos gustó mucho ver la figura de Voltaire, Rousseau o el mismísimo Gustave Flaubert. A continuación, contemplamos los exteriores, sus amplios jardines para terminar realizando la visita al interior. La capilla junto con los dormitorios, los diferentes vestíbulos se conservan muy bien. Cuando bajas a las cocinas, te inunda un olor a pimientos que te hace regresar a la época, al llevar audio guía es muy fácil perderse en la historia. El recorrido duró más de una hora pero se nos hizo muy corto. Lo último que visitamos fue el laberinto y las ratas gigantes que merodeaban por los alrededores y que no habíamos tenido la oportunidad de ver hasta ahora. Terminamos bastante agotadas ese día por lo que el cambio de hotel fue muy positivo. Si el primero era precioso este era espectacular. Dormimos como bebés, lástima que esa noche era la despedida.
DÍA 4: ANGERS
Llegó el cuarto y último día. Ese día nos levantamos sin prisa pues no queríamos dejar atrás el Loira. Desayunamos tranquilamente, apurando cada minuto y salimos hacia el castillo de Angers, nuestro destino final. Este castillo era el más distinto de todos, su estilo era mucho más sencillo y al estar en obras, la visita fue la más escueta de todas por lo que lo vimos con calma. Sus jardines llaman la atención por los arcos que tiene pero lo mejor llegaría después, cuando subiéramos las escaleras y llegáramos a lo más alto. La vista no tenía precio. Al fondo pudimos contemplar la catedral rodeada por el bullicio de la ciudad.
Vista del castillo y de la catedral de Angers © CMN Paris |
Sin apenas darnos cuenta, llegó la hora de la comida y con ella nuestro brindis como broche a la experiencia. Comimos con mucha tranquilidad, saboreando los platos que eran todo un regalo para el paladar. El servicio fue muy correcto y la atención también.
De vuelta a casa |
A las tres y cuarto partimos hacia el aeropuerto, sabiendo que ya todo había acabado y que posiblemente un viaje así no se repetiría en años y aunque lo hubiera, no sería nunca igual. Nuestro vuelo salió como llegó: puntual. Cenamos durante el trayecto, compartiendo risas y opiniones muy distintas aunque todas coincidíamos en que el viaje había sido sencillamente perfecto.